HACER UN RETIRO.
Mi nado de ballena.
Hacer un retiro.
2024 me ha sacudido y dejado
despelucada desde su inicio, con la enfermedad de mi mamá, la entrada a la
adolescencia de mis dos hijos, formarme como profesora de yoga y coach de vida,
los retos en el trabajo y el arranque de un nuevo emprendimiento muy importante
para mí. Mi Alma ha apostado fuerte a este ciclo de mi vida, me saca de mis versiones
en las que ya me sentía cómoda y alegre para que pueda deshacerme de mis
limitaciones y seguir evolucionando. Entiendo que no es a pesar de los retos
que dejaré salir mi mejor versión, sino justo por ellos. Es mi deseo de no
quebrantar mis valores fundamentales, de servir al mundo, de darle lo mejor a
mi familia y amigos el que me guía, anhelo actuar como la persona más bella del
universo que puedo imaginar, ¿Lo lograré?
Me encontraba danzando al ritmo
de esta nueva vida y surgió la idea de hacer una pausa, de irme a un retiro, yo
no lo analice demasiado, mi esposo me lo planteo como una manera de celebrar un
año más de estar juntos, mi reacción fue: ¡claro que sí! Mi Alma sabía que
necesitaba una tregua.
Desde el momento que subí al taxi,
camino al aeropuerto, sentí un alivio inmenso, no terminé el profundo suspiro cuando
mi sosiego se transformó en la incómoda sensación de estar huyendo de mi vida, “robaré
unos días para mí”, pensé, sin siquiera terminar la frase, esa buena voz en mi
cabeza me corrigió “¿A quién le estoy robando en realidad?” Entonces
replantee la frase: “Recuperaré unos días para mí” … “Que absurdo ¿y de quién
han sido los demás días?” La verdad es que, aunque quisiera, no puedo vivir
una vida que no sea para mí.
Ahora entiendo que mi vida puede
y debe estar hecha de momentos que me hagan sentir el centro de mi mundo, aunque,
sabiamente sé que mi tiempo en realidad siempre es mío, sin importar lo que
esté haciendo, hay horas que puedo apartar para darle el sabor que estoy
buscando, ese alivio, esa calma, y es que nadie más podrá degustar mi
existencia más que yo, como no la voy a saborear a mi manera.
"No te
sientes cansada por hacer mucho, sino por hacer poco de lo que te
apasiona" Marie Forleo
Hasta que evolucione en un ser
superior y llegue el momento en que esa sensación, la de que vivo en exclusiva
para mí, no dependa de lo que haga, hasta que se integre en cada célula y sea naturalmente
mi forma de ser, hasta entonces necesitaré crear remansos entre mis
tormentas, unas horas al día, unos días al mes, unas semanas al año, ir a
la cueva, buscar en mi silencio a la que sabe y la que goza.
¿Huir, buscar o
despertar?
Junto a mi pareja, habíamos
decidido dejar los primeros dos días sin un plan fijo, solo con la intención de
reconectar con algunos amigos. Al llegar, uno de nuestros amigos nos recibió
con tanta calidez que me hizo sentir en el lugar correcto. Nos abrió su hogar,
nos abrazó con su amabilidad, y algo dentro de mí empezó a aflojarse. Esos días
parecían no tener reloj, y cada conversación se alargaba como si el tiempo no
importara. Entre tazas de café y deliciosa comida, comencé a reencontrarme con
una versión de mí misma que hace meses no sentía: una mujer relajada,
despreocupada, sin prisas ni agendas. En ese espacio de pausa, sin cargas ni
obligaciones, me di cuenta de que no estaba huyendo de mi vida. Más
bien, estaba corriendo al encuentro de estas partes de mí que tanto había
extrañado, mis fragmentos dormidos, esos que necesitaban el beso de la
lentitud para despertar.
Yo, el mar, la selva y las ballenas.
Al llegar a la orilla del mar,
sentí como si una parte de mí — otra de mis tantas “yo” — hubiese estado esperando
allí. Me maravillaba el azul profundo que rodeaba la lancha; era un color
imposible, lleno de tonos morados y verdes que parecían cambiar con cada ola.
Llevaba más de un año sin ver el océano, y durante la hora y medio de trayecto
desde Nuquí hasta Punta Brava, donde nos hospedaríamos, me perdí completamente
en el paisaje. A mi derecha, el océano se extendía infinito, y a mi izquierda,
la selva aparecía densa y oscura, con sus verdes y negros entrelazados en una
masa impenetrable de vida.
Aquella noche escribí en mi diario sobre esta llegada tan esperada: “El rugido del mar, el canto de las aves y el chirriar de los insectos me arrullan, me calman, me sanan. Él me trajo aquí —mi esposo—, y aunque yo no pensaba en el mar ni en la naturaleza, ni siquiera en las ballenas, sólo quería un cambio, necesitaba salir. Me sorprende lo poco que me preparé mentalmente para este viaje. No imaginé nada de esto, no planeé esta desconexión, no pensé en las miradas, en los rostros y sus historias, no fantasee con la deliciosa comida, con la profundidad de las conversaciones, ni la luz de las Almas, pero ahora me encuentro aquí, siendo pura emoción y asombro. La brisa del mar se llevó mis pensamientos de lo que dejé allá, en mi vida, en mi casa. Vine a olvidar quién soy y también a recordarlo, a dejarme llevar por la simplicidad de comer, dormir, leer, hablar, y simplemente ser, con la cabeza limpia y en silencio.
¿Qué voy a soñar esta noche, aquí
en la selva, el mar y entre ballenas? Seguro con mundos inconcebibles pero
divinos. Y me preguntas “¿Cómo te sientes?” Pues extrañamente no me siento, escucho y se
van las palabras, mi mente sigue vacía, veo y contemplo absorta, y el silencio
en mi interior sigue inmutable, entonces mi respuesta sincera es: siento
nada, y es una maravilla, pues había estado sintiéndolo todo y ya estaba
cansada.”
Las Ballenas.
Contemplar a las ballenas fue un momento de reverencia. Observaba a esas madres gigantes junto a sus crías, moviéndose con una majestuosidad que cortaba el aliento. Cada vez que una de ellas emergía, agitaba su aleta o expulsaba un chorro de agua, me sentía pequeña ante su tamaño y más ante su belleza, casi como si el tiempo se detuviera. Sin embargo, no podía evitar preguntarme si nuestra presencia alteraba su tranquilidad.
Ante la sabiduría silenciosa de sus movimientos cíclicos, me
surgió el deseo de aprender de ellas, de su instinto, que las lleva al mismo
lugar cada año, permaneciendo el tiempo exacto antes de regresar, moviéndose
por la vida sin dudas.
Quiero adoptar esa confianza, aceptando tanto la simplicidad
como la complejidad de mi existencia, quiero aprender a moverme con esa soltura
por mi vida, dejándome guiar por mi naturaleza interior, con esa misma
sencillez y gracia.
Este periodo de mi vida consiste
en aprender a fluir, poder encontrar el equilibrio entre lo que soy y lo que la
vida me pide. Contemplarlas me inspiró a vivir con más encanto, a dejarme
llevar, a no solo encontrar, sino, crear la belleza y la armonía en mis
lugares y tiempos, y a ser compasiva con mis propios ciclos de crecimiento,
con humildad aceptar mis limitaciones. No todo el tiempo podré ser la
mejor persona que puedo imaginar, que el cansarme, el fastidio, renegar y tirarme
en la cama diciendo “¡ya no más!” hace
parte de ser la mejor versión de mí, pues
lo importante es que siempre regreso al amor, así como dice la canción
de Darwin Grajales “y me llega el amor”.
Nuestro nado de
ballenas
El día de la caminata en la selva
estuvo llena de sensaciones. Durante dos horas caminamos bajo la sombra de
árboles inmensos sobre un arroyo, rodeados de hojas y flores de colores
fascinantes, envueltos en una mezcla de olores frescos y terrosos, con el sonido
de nuestros pies chapoteando en el agua y las risas del grupo acompañándonos.
Cada paso era un recordatorio de que estaba rodeada de vida. Finalmente,
llegamos a una hermosa cascada, y al sumergirme bajo el agua, sentí una
presencia amorosa que me envolvía por completo. La fuerza del agua cayendo
sobre mí se convirtió en un abrazo, como si yo fuese un recipiente que se
rebosaba de presencia borrando cualquier pensamiento, sensación o emoción sin
dar espacio a nada más y de golpe las respuestas comenzaron a surgir en mi
mente sin que ni siquiera las buscara.
El día anterior, en el
avistamiento de ballenas, me sentí abrumada con la sensación de estar irrumpiendo
en un momento sagrado, despertó en mi un
torrente de preguntas sobre nuestro impacto en el mundo: el consumismo, la
desigualdad, la destrucción. Me cuestionaba si teníamos derecho a invadir un paraíso tan puro, yo estaba recibiendo sanación y sabiduría, pero no parecía
un acuerdo justo, porque ¿Qué podía entregar?
Mientras observaba a través del agua, sentada bajo la cascado, surgió una nueva perspectiva. Empecé a ver nuestra humanidad desde otro ángulo, a reconocer la belleza en nuestras capacidades para imaginar, de inventarnos realidades y compartir sueños, de reír y llorar juntos, lo bello que es que podamos sentir con intensidad no solo nuestras propias historias, sino también las de los demás.
Me di cuenta de que la verdadera
majestuosidad de nuestra especie reside en nuestra capacidad para conectar a
través de conversaciones auténticas y vulnerables; es la profundidad con la
que somos capaces de relacionarnos. Por un lado, al compartir lo que
llevamos dentro, y por el otro, al escuchar la realidad que el otro lleva en su
interior. Cuando dejamos los juicios y nos permitimos escuchar y ser
escuchados, creamos un portal para mirar a través de otros ojos, sentir en otra
piel y hacer con otras manos. Estamos naturalmente ávidos por contemplar al
otro y ser vistos.
En ese momento entendí que nuestras relaciones son, en su esencia, divinas. Cada risa, cada palabra y cada gesto sincero es lo que vinimos a entregar a este lugar. Ese es nuestro nado de ballena. Quiero decir con ello que esa es nuestra exuberancia digna de ser contemplada; es lo que ofrendamos y lo que la selva, el mar y la naturaleza se abren a recibir.
Amar el frío.
Creo que todos sentimos aversión
a ciertas sensaciones y emociones. Yo siento rechazo por el frío, aprendí de un
poema de María Sabina estas líneas: “Cúrate, mijita, con el frío”. Estaba en
una ceremonia de hongos cuando me pregunté: ¿Cómo sanar con el frío? Claro, la
respuesta era ¡sintiéndolo! Esa noche llovía y el viento soplaba con fuerza.
Retiré la manta con la que me cubría y me dispuse a dejarme curar por el frío,
sea lo que fuere que ello curara. Estaba muy presente cuando mi mandíbula
temblaba, también en el ardor de la piel. Entonces desapareció de golpe. Ante
mi asombro, me sentí amada por el frío; este no se había ido, lo que sí dejé
atrás fue mi aversión a él.
Mi aprendizaje es que puedo
caminar por mi vida disfrutando lo que se puede y también saboreando el frío,
esas situaciones complejas y las sensaciones desagradables. Es mejor
reconciliarme con lo que me disgusta, como con el frío, el dolor, la vergüenza,
la ansiedad. Detrás de ellas suelen estar mis “yos” más auténticos.
Este año recordé que la vida está llena de enfermedad, dolor, frustración, muerte; o sea, de sufrimiento, siento mucho rechazo a que mis seres amados sufran, y es que, claro, la consecuencia de ello es que yo misma lo haga. La conclusión: el único temor es a mi propio sufrimiento. Todos envejecemos y es el ciclo del cual nadie está exento, la experiencia de estar vivos conlleva tantas situaciones que, inevitablemente, nos traen dolor y desagrado; eso es lo natural, y justamente por ello es por lo que buscamos crecer espiritualmente, porque la vida no se va a poner más fácil, pero nosotros sí podemos ponernos más fuertes.
Este año me ha dado mucha
madurez, y lo agradezco. He recordado los retos gigantescos que ya he
atravesado. Me ha regalado una bella versión de mí como cuidadora, y he
entendido que todo, lo bonito y lo que no lo es tanto, se puede experimentar
de millones de maneras, y siempre las más bellas son cuando no peleo con lo que
ES. Me digo constantemente: “esto no tiene por qué ser sufrido, no
necesariamente debe ser preocupado, tampoco es imperativo que sea divertido o
agradable, pero siempre puede ser amoroso, bondadoso y compasivo”.
Bendiciones inesperadas.
En mi viaje de regreso a casa,
durante el trayecto de Medellín a Bogotá, a mi lado derecho estaba sentado un
cura, de lo cual no me percaté sino hasta el aterrizaje. Él leyó las preguntas
que había en la portada del libro que me acompañó en mi travesía: “¿Quién soy
yo y qué hago aquí?”. “Poderosas preguntas”, me dijo. Entonces, iniciamos una
conversación que terminó con él bendiciéndome mientras yo cerraba los ojos. Lo
escuché prodigar el amor de Dios sobre mí, mi matrimonio, mi madre, mis hijos y
toda mi familia. Además, me dijo que había otra pregunta igual de poderosa que
las anteriores: “¿Quién soy yo para Dios?”
Del libro “Mujeres que corren
con los lobos” aprendí que para nuestra psique ciertas preguntas son las llaves
que liberan Arquetipos poderosos que añoramos encarnar en nuestra vida. Me he
convertido en una recolectora de preguntas, y me encanta cuando llegan en
formas insospechadas.
Que lindo gracias por tanto solo me transmites dulzura Eli Deseo que nos volvamos a encontrar muy pronto! Dios bendiga tu linda familia 🥰 Karen M
ResponderBorrarMe encantaría volvernos a ver, mil bendiciones para ti.
BorrarHermoso! Mil graciss Elia!!!!
ResponderBorrarGracias!!!
Borrar🫶🫶🤩🤩
ResponderBorrarEste escrito para mi ha sido muy revelador para lo que he estado pasando a lo largo de dos años y agradezco mucho por compartirlo ya que me hace reflexionar sobre la desconexión que he tenido conmigo por enfrascarme en las situaciones dolorosas de mi vida, me hace retomar mis momentos de soledad y de calma, para encontrar el aprendizaje que todo trae a mi vida. Muchas gracias. ATT Diana Jiménez.
ResponderBorrarGracias Dianita por tu mensaje.
BorrarGracias por tus hermosas palabras, compartiré la pregunta, quien soy to para Dios, gracias infinitas 💕
ResponderBorrarGracias a ti.
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