ESTE DOLOR NO ES MÍO – MARK WOLYNN

 


ESTE DOLOR NO ES MÍO 

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La lectura de este libro se la debo a mi amado hermano. Además de regalármelo por mi cumpleaños, me compartió en una conversación profunda y honesta la trascendencia que tuvo para él. Así que, al abrir la carátula y encontrar su cariñoso mensaje, ya estaba predispuesta a que este libro me llegara al alma.

Te recomiendo este libro porque es ameno, agradable y, sobre todo, muy revelador. Espero que, desde el momento en que lo tengas en tus manos —si decides leerlo—, te dispongas con una mente abierta a cambiar todas tus relaciones, o al menos la percepción que has tenido de tus vínculos con tus padres, esposo e hijos.

Encontrarás en él muchas “tareas” que te invitan a reflexionar sobre ti. Esta lectura solo tiene sentido si estás comprometida a hacerlas, poniéndoles toda la trascendencia y relevancia que ameritan.


¿De quién es este dolor?

Espero que nunca se me olvide la importancia que tienen mis padres en mi vida. Las historias que nos contamos sobre ellos moldean mucho más de lo que creemos: la forma en que nos relacionamos con la Divinidad, nuestra sensación de abundancia y prosperidad, la manera en que construimos vínculos y, algo esencial, la relación de pareja. Incluso define cómo nos maternamos y paternamos a nosotros mismos.

Si aún guardamos resentimientos, quejas o culpas hacia nuestros padres; si no podemos perdonarlos y sentimos que fueron la causa de nuestro dolor, esto es, claramente, por donde debemos iniciar nuestro camino espiritual.

Y si creemos que ya no hay resentimientos, que el perdón está hecho, pero seguimos sin sentir ese vínculo amoroso que anhelamos desde la infancia —ese deseo de ser sostenidas, vistas en nuestra completitud, abrazadas en nuestra suficiencia— entonces todavía queda camino por recorrer con ellos.

Incluso cuando ya no están, cuando murieron o desaparecieron de nuestra vida y pensamos que ya no hay nada que podamos hacer, el vínculo sigue pidiendo ser sanado. La relación con nuestros padres trasciende el tiempo y la presencia física.

Los dolores que cargamos suelen ser los mismos que nuestros padres y abuelos llevaron sobre sus hombros. Estos dolores pueden tener un origen remoto, desconocido para nuestra memoria, pero aun así los sentimos en el cuerpo, en la salud, en la vitalidad, en la mente y en el alma. Aunque este dolor no sea exclusivamente mío, lo vivo en mí. Este dolor ha de ser mío porque estoy segura que la “sanación” me pertenece.

Creo profundamente que puedo transformar este dolor en algo bello y significativo. Que puedo narrarme nuevas historias. Que a partir de esa transformación puedo traer más salud y felicidad a mi vida.

Ninguna búsqueda espiritual empieza afuera: todas empiezan en el eco más íntimo de nuestras raíces.

Que lindos ojitos

Legado.

El autor nos cuenta acerca de un experimento que demuestra que nuestros padres nos heredan mucho más que el color de ojos, el cabello, la piel o la contextura. Más que una predisposición a la salud o a la enfermedad. Este experimento probó que también heredamos traumas, pensamientos y emociones.

El experimento consistió en traumatizar a unos ratoncitos, “… sometieron a ratones macho a periodos repetidos y prolongados de estrés intenso, separándolos de sus madres.” Es doloroso imaginarlo, pero los resultados fueron reveladores.

Hicieron que los ratones se reprodujeran y “descubrieron que las crías de la segunda y tercera generación manifestaban los mismos síntomas de trauma, a pesar de no haberlo sufrido por si mismas.” El sufrimiento alteró el microARN y el hipocampo cerebral de los ratones traumatizados, también lo alteró en la segunda generación y en la tercera en menor medida, todos manifestaban los síntomas de trauma en su comportamiento.

El autor también expone estudios realizados con víctimas del Holocausto y su descendencia, así como con sobrevivientes de diversas guerras.

Si alguna vez dudé de que mis ancestros están vivos en mí, esta lectura disipó cualquier titubeo. Ahora lo sé con certeza.

Pero lo que más me asombró fue el descubrimiento posterior: “…pudieron demostrar que los síntomas del trauma podían invertirse en los ratones que habían vivido como adultos en un entorno positivo de bajo estrés. No solo mejoraba la conducta de los ratones, sino que también se producían en ellos cambios de la metilación del ADN, lo que impedía que se transmitieran los síntomas a la generación siguiente."

Qué misión tan profunda nació en mí al comprender esta evidencia científica. Por un lado, crear un entorno de bajo estrés para que mis hijos crezcan; por el otro, transformar en mí misma todos estos “dolores que no son míos” para generar la evidencia de una vida libre de esas historias heredadas.

Y más allá del dolor, comprender algo luminoso: si puedo transmitir trauma, también puedo heredar placer, dicha y gozo.

El legado más importante que una persona puede ofrecer es un sistema nervioso regulado para la siguiente generación.

…sino que (nuestras experiencias) también son capaces de forjarnos un legado de fuerza y de resistencia que se hará sentir durante las generaciones que sigan a la nuestra.” 36

Siempre creí que mi legado para mis hijos eran los principios, los valores, enseñarles a ganarse la vida honestamente. Pensé que debía dejarles también una herencia material. Incluso imaginé que mi contribución al mundo sería a través de mis letras. Todo eso sigue siendo valioso. Pero ahora entiendo que es aún más grande dejarles un legado de sensaciones placenteras, de alegrías explosivas, de calma serena en medio de la dificultad. Un legado de riqueza espiritual entendida como felicidad. El legado de ser amor, sin importar la circunstancia. La huella de la devoción. De la curiosidad.

Y así, entre ciencia y memoria, entendí que sanar no es volver al pasado, sino permitir que una nueva historia nazca desde mí hacia quienes vendrán.

                                                                                                                       Jugando en serio


Descubrí.

Descubrí que, por el sesgo de negatividad, recordamos con mucha más fuerza —o en el peor de los casos, únicamente— aquello que nos causó dolor. En nuestra historia existen muchos momentos en los que nuestros padres fueron profundamente amorosos, pero quedan enterrados porque la mente no está diseñada para hacernos felices, sino para mantenernos vivos. Todo lo que nos significó sufrimiento se graba con mayor intensidad, para que, si alguna vez volvemos a enfrentarlo, podamos reaccionar mejor.

También descubrí que construimos una idea rígida de cómo “debería verse” el amor, y todo lo que no encaja allí deja de ser valorado. Pasamos por alto gestos que, aunque imperfectos, también fueron amor, no les asignamos la relevancia ni la belleza que realmente tuvieron. Nuestros padres hablaban un lenguaje del amor distinto al nuestro, uno que no siempre supimos reconocer.

Por mucho tiempo no valoré aquellos cuidados y gestos, me quedé con los golpes y regaños.

No miré la comodidad que me ofrecieron, sino que me quedé con la carencia del tiempo y cosas que no recibí.

No recuerdo las palabras de ternura, me quedé sólo con las quejas y juicios.

Nuestros padres no pueden dar lo que nunca tuvieron. Si ellos no conocieron vínculos de amor compasivo con sus propios padres, difícilmente podían crearlos con nosotros, aunque hicieron lo mejor que pudieron con la información que tenían. No sabían hacerlo de otra manera.

Desear ahora un vínculo amoroso con ellos no es solo por ellos. Es por nosotras. Porque dentro de cada una sigue viva esa niña que soñaba con ser vista, amada y celebrada en el lenguaje del amor que necesitaba. Y merecemos vivir ese amor en esta vida. Yo no quiero morir sin haber sido amada por mis padres como siempre lo anhelé. Estoy convencida de que merezco ese vínculo y mucho más. Así que, universo, muéstrame tu magia si mi imaginación aún se queda corta en el amor que puedo recibir.

Trae a este momento a tu niño interior. Conéctate con ese niño vulnerable que algún día fuiste, es seguro que aún sigue dentro de ti. ¿Cómo quería ser amado? Quizá se parezca a mi niña, que deseaba caricias y besos, que la tomen de la mano, que la miren con orgullo y le digan que la aman. Es importante que hoy tú te maternes con suavidad, que te trates sin violencia, que te cuides, que te guíes. Pero esto no basta. También has de crear este vínculo con tus padres: ámalos como tú deseas ser amado. Ese es el secreto.

La labor de abrirte es responsabilidad tuya y no de tu madre.” 87

Y, aunque pareciera contradictorio, al mismo tiempo debemos dejar de decirles cómo nos deberían amar y comenzar a recibir el amor que sí nos están dando, en la forma en que ellos pueden darlo hoy. Pronto tú les mostrarás otras formas de amar, y ellos tendrán la oportunidad de descubrir nuevos lenguajes del amor.  

Sé que cada historia es única, pero siempre existe un primer paso. Si hoy sientes que estás muy lejos de tus padres, que es imposible construir ese vínculo, quizá solo te falte creatividad para ver qué pieza del rompecabezas puedes mover hoy. Un detalle. Una llamada. Un pensamiento. Una oración.

Te lo digo porque, si no ha sido impedimento que mi padre esté muerto para crear el vínculo que siempre quise —para sentir el amor que anhelé desde niña—, entonces nada lo es. No existen límites. Si el rencor nos detiene, quizá nos falta imaginación para contarnos mejores historias.

A tus padres no los puedes cambiar, pero si puedes cambiar el modo en que los tienes dentro de ti.” 128

Y mientras me reencontraba con esa niña que aún vive en mí, entendí que sanar no era volver al pasado, sino aprender a mirarlo con un corazón más ancho que el dolor que lo recuerda.

Regalando piedras 

Es por amor.

Ese dolor en tu cuerpo, esa emoción abrumadora tiene su origen en el amor. No transmitimos nuestros traumas a la siguiente generación por odio o para lastimarlos, el objetivo de nuestros genes no es perpetuar el sufrimiento. Se trata en realidad de transmitir las herramientas para afrontar esos mismos sucesos con mejor habilidad. Se trata de que podamos alejarnos del peligro. Se trata de que en esa misma situación suframos menos.

¿Qué vamos a hacer con ello? Podemos adoptar una postura resignada, lamentarnos por el paquete que heredamos, distraernos del dolor y mirar hacia otro lado. Pero también podemos asumir el arquetipo del gran mago: reconocernos como alquimistas capaces de transmutar lo que despierta en el cuerpo y en la mente en algo más bello. Podemos convertirlo en obra de arte. Puedes narrarte una historia legendaria, porque lo creas o no, el dolor también contiene belleza. El dolor también es amor.

Y no olvidemos que en nuestra herencia hay legados luminosos, sensaciones que se sienten bien. Por eso no quiero negar mi historia ni borrar mi linaje; también me pertenecen sus virtudes, su gozo, su enorme capacidad para la vida. Me atrevo a decir: “este placer es mío”, “esta fortaleza es mía”.

Mi invitación es sencilla y profunda: no enfoques tu atención solo en el dolor. Sabes que a aquello que le entregas tu atención, le entregas tu energía. Interésate por conocer las historias de tus padres y abuelos, pero no solo las heridas y las vergüenzas. También reclama como tuyo todo lo que fue alegría, risa, disfrute, plenitud.

No heredamos solo el peso del dolor, sino también la luz que lo sostiene; y en ese equilibrio silencioso comienza la verdadera transformación.

Recordando que me gusta el vino

¿Cómo se “sana” lo que no se sabe?

He lidiado con la ansiedad y con un dolor persistente en mi hombro y brazo izquierdo. Había trabajado mis recuerdos, cuido mi cuerpo y mi alma, y aun así los síntomas regresaban. Claramente veo la misma sintomatología en mi madre, y comprendo que, aunque sería más fácil si supiera exactamente cómo y con quién se originó este dolor, la verdad es que no necesitamos entenderlo todo para hacernos cargo.

Regular mi sistema nervioso implica recordar, muchas veces al día, cómo activar mi sistema parasimpático: ese lugar interno donde ocurre la sanación, la relajación y la expansión. ¿Cómo lo hago? Llevo mi atención al cuerpo, practico respiraciones que me calman, comparto con mis amigas, abrazo a mi esposo… todo aquello que se siente rico, que me da paz, que me pone en el presente.

Hay algo específico que comencé a practicar gracias a este libro. Me siento cómoda y tranquila, cierro los ojos, llevo mi atención al lugar exacto donde aparece la sensación o el dolor. Respiro profundo, imaginando que el aire llega justo allí, y repito mentalmente: “Me amo, me acepto y me bendigo. Gracias”. Si es ansiedad, suelo decir: “Regreso este regalo. A mí no me hace bien. Mis ancestros saben qué hacer con él”. Y ya. Eso es todo. Confío en que está hecho. No me obsesiono con que desaparezca el dolor; me ocupo de lo que sí me corresponde: darme amor.

La vida no se trata de liberarnos de cada dolor ni de creer que si un síntoma persiste es porque no estamos haciendo algo bien o porque aún falta “sanar” otra cosa. Dentro y fuera de nosotros sucede demasiado al mismo tiempo como para pretender controlarlo todo.

De lo que sí se trata es de preguntarnos quién somos con este dolor. ¿Puedo ser compasiva y darme los cuidados que necesito? ¿Puedo amarme tal como soy, justo aquí, justo ahora? Esto no es resignación. La vida pierde sentido si no intentamos evolucionar. Lo que quiero decir es que evolucionar no es un lugar al que llegas para poder amarte o ser feliz. Evolucionas cuando sabes amarte sin condiciones, cuando eliges ser feliz en este instante, aunque las cosas no sean como tú quieres.

Despertar la conciencia en el cuerpo es, en esencia, lo mismo que despertarla en la mente. Así como no podemos borrar de inmediato ciertos pensamientos y aprendemos a dejarlos pasar sin aferrarnos a ellos, también podemos relacionarnos con el cuerpo de ese modo: contemplar las sensaciones dolorosas sin convertirnos en ellas, mirarlas sin nombrarlas, sin reclamarlas como propias. Solo presenciarlas. Solo ofrecerles la luz suave de la conciencia. Y es precisamente en ese instante donde podemos afirmar con convicción: “Este dolor no es mío. Esto no me define.”

No se trata de desaparecer el dolor, sino de aprender a habitarme con más ternura que miedo, con más presencia que expectativa.

Cada día me maravillo con su belleza

Fuerza vital

Cuando los vínculos con nuestros padres están rotos, la fuerza vital se estanca. Nos volvemos desconfiadas, incapaces de dejarnos sostener y nutrir por la vida, porque no sabemos cómo recibirlo. Rechazar a mamá o a papá es desconectarnos de las raíces mismas de la feminidad y la masculinidad; es negar las fuentes de las que, querámoslo o no, aprendimos a encarnar estas energías.

Cuando nos negamos a ver la fuerza vital en ellos —aunque hayan sido imperfectos, aunque no hayan sabido hacerlo mejor— nos desconectamos de la fuerza vital en nosotras, pues también nos negamos a verla en nosotras.

Lo más amoroso que podemos hacer es cambiar la mirada: enfocarnos en los lugares donde sí sostuvieron esas energías, para poder ver en dónde las encarnamos nosotras. Limpiarnos de prejuicios y permitir que una nueva perspectiva suavice el juicio antiguo.

Así podemos liberarnos de sensaciones como:
“No recibo lo suficiente.”
“No tengo la fuerza o el vigor necesario.”
“Nadie me valora.”
“Siempre me abandonan.”
“Me exigen demasiado.”

Y, en su lugar, abrirnos a sentir:
“La vida me ofrece lo que necesito.”
“La salud, el éxito, el amor y el dinero fluyen hacia mí.”
“Estoy a salvo.”
“Soy cuidada, nutrida, sostenida con ternura.”
“Recibo compañía, apoyo y consuelo.”

Todos los días paso frente a ellas y las observo 

Oración

Amada Diosa, permíteme ver a mi madre tal cual es.
Abre mi corazón para recibir el amor que ella estuvo en posibilidad de darme,
y así pueda reconectar con mi energía femenina y contigo,
para sentir en mi propio cuerpo la certeza de que todo es perfecto,
de que soy cuidada, amada y sostenida desde siempre.

Amado Dios, permíteme ver a mi padre tal cual es.
Abre mi corazón para recibir el amor que él estuvo en posibilidad de darme,
y así pueda reconectar con mi energía masculina y contigo,
para sentir en mi propio cuerpo la certeza de que todo es perfecto,
de que soy capaz, suficiente y próspera desde siempre.

 

Mensajes del amor

Preguntas que pueden moverte por dentro

(Ritual de introspección)

Respira hondo.
Lleva una mano al corazón y otra al vientre.
Permite que tu cuerpo sea un templo abierto.
Y desde ahí, pregúntate:

¿Quién te has creído para exigirle a la vida un camino sin desafíos?
¿A quién estás dirigiendo hoy las quejas que un día fueron para tus padres?
¿A otras personas?
¿A la vida misma?
¿A lo divino?

¿Qué gestos, qué reacciones, qué silencios estás repitiendo sin darte cuenta?
¿Puedes reconocerte en ellos?
¿Puedes verte reflejada en tu madre, en tu padre, en aquello que heredaste
y que ahora habita también en ti?

Permite que estas preguntas hagan su trabajo por dentro:
no buscan respuestas rápidas,
sino abrir espacios donde antes había resistencia.

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Comentarios

  1. Es claro el dolor que no es mío, la sanacion sí me pertenece y el énfasis en la responsabilidad de dejar un legado de un sistema nervioso regulado, más allá de cualquier herencia material, esto al llegarlo a integrar en mi vida sería lo máximo estoy convencido que juntos dejaremos un sistema nervioso mejor de lo que lo recibimos jeje, madurez emocional y la contribución intergeneracional, ya siento que están haciendo para mí una vida plena.
    Te amo, que profundo escrito gracias

    ResponderBorrar

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