¿Es realmente el tiempo tan escaso?

¿Cuanto tiempo tienes? 

¿Es el tiempo la nueva moneda de cambio? Al parecer el tiempo es como un monstruo hambriento que todo lo devora y no tenemos más opción que quedarnos viendo. 

He normalizado el sentir que no tengo tiempo, es como si se diluyera entre mis manos, escurriéndose por mis dedos cuando más trato de contenerlo y desaparece ante mi angustiosa contemplación, lo que me queda es el sentimiento de no tener el control.

Honestamente me ha costado mucho dejar a un lado ese sentimiento de escasez, de pensar que no soy más que una simple espectadora en la administración de las horas sin poder sobre ellas. Aunque algunas veces me encuentro corriendo (otra vez perseguida por el reloj) puedo decir que abandoné ese sentimiento de subyugación y victimes. ¿Cómo?

Redefiniendo el tiempo.

Para mí, tiempo es algo más que el transcurso de los minutos, está más relacionado con la conciencia de saber qué estoy haciendo y por qué lo hago, desaprendiendo las rutinas que por años habían creado los limites ficticios que me estaban agobiando.  

¿En que se me está yendo el tiempo?, ¿Lo que estoy haciendo me hace feliz? ¿Para que quiero más tiempo? ¿Si lo tuviera que haría?

 Al reflexionar descubrí que por mucho tiempo viví el mismo día cada día, limitada por lo que según mis propias reglas debía hacer con cada hora. La parte difícil fue poder verme, ser consciente de lo que hacía en automático, porque enseguida todo fue cambiando como en una cadena de fichas de dominó.

Abrí mi mente a otras opciones y posibilidades, a cambiar el orden e incluir siempre algo que le quitara la monotonía a cada día para convertirlo en una experiencia única, decidí ver cada día como una obra de arte y yo la artista responsable de hacerlo bello o al menos trascendente.

Entender que la productividad de mi día no está relacionada con una jornada de trabajo extenuante sino con la ejecución de acciones claves, determinantes y que aporten valor.

El tiempo no define ni da valor a lo que hago, sólo yo se cuanta energía invertí en el asunto, cuanta soledad y contemplación requirió lograr aquella idea, el momento, la respuesta. O cuanta ansiedad y estrés emplee para afrontar la acción. 

El tiempo medido en horas no es más que una herramienta para operar mejor, pero no es el tiempo mismo, es diferente para cada persona, transcurre lento o rápido, es significativo o no, eso depende de cada uno, y es el poder que tengo sobre él. 

Si todos los días hago lo mismo mi cerebro no recordará la diferencia y lo registrará como un solo día, es por eso por lo que en la adultez los años pasan tan rápido a diferencia de la infancia en donde todo es nuevo y diferente. 

En mi espiritualidad he encontrado otro tiempo, momentos de eternidad contenidos en tan solo unos pocos minutos de contemplación.

Puedo percibir lo infinito en la meditación sin que se relacione con el tiempo del reloj.

Ser consciente es recordar cada día que tal vez no tenga control sobre los segundos, minutos, horas… pero si sobre la claridad de lo que quiero ser y hacer. Cuando sé lo que quiero hacer siempre habrá tiempo y energía para lograrlo, es el miedo el que pone las excusas no el tiempo.

La ciencia nos recuerda que el tiempo es indescifrable para la percepción del ser humano, limitados como estamos por nuestros sentidos. Así que tal vez ese tiempo que percibo en mi meditación sea “el verdadero”. 



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