AMAR LO QUE ES - BYRON KATIE
Llunira: el nombre secreto de mi verdad
Un viaje hacia la aceptación, el silencio interior y la
rendición amorosa.
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Amar lo que es
Siento que este libro marcó un
antes y un después en mi vida. Byron Katie creó un método de introspección para
encontrar la verdad, al que llama “el trabajo”. Lo explica con detalle en el
libro, y para mí se ha convertido en la herramienta número uno dentro de mi
caja de recursos personales. Es a ella a la que recurro en esos momentos en que
me siento atascada en los bucles de pensamiento.
Amar lo que es se refiere
a acceder a un nivel de conciencia profundamente transformador: la aceptación. Este
es uno de los estados más elevados del ser. Nada resulta más liberador que
dejar de pelear con la realidad. Sin embargo, alcanzar ese estado no ocurre por
casualidad, ni es algo que simplemente sucede. Requiere intención, compromiso y
valentía.
Para llegar ahí, necesitamos
convertirnos en buscadores incansables de la verdad. Y una forma poderosa de
comenzar —o continuar— ese viaje es leer este libro extraordinario.
Inspirada por el dolor
Anoche, mientras padecía un
intenso dolor físico, surgió en mí el deseo de escribir esto. Pasaron horas de
incomodidad antes de conectar con esta idea. Horas en las que me lamentaba y me
entristecía por mi situación. En mi mente solo existía un deseo insistente: no
tener ese dolor, pedía que desapareciera.
Y de pronto, en un chispazo de
conciencia, recordé respirar. Al centrarme en distintas técnicas de respiración,
se liberó un espacio mental: un espacio de calma. Desde ahí, surgió esta
pregunta: ¿Puedo aceptar esto?
Como no lograba dormir, decidí
aprovechar la quietud de la noche para meditar. Me propuse usar el dolor como
un aliciente para entrar en un estado de atención plena. Llevé al silencio una
nueva pregunta: ¿Cómo convencerme de que esto es exactamente como debe ser?
Entonces, reflexioné sobre la
aceptación. Es una filosofía muy hermosa -me dije- es bello pensarla,
e incluso resulta fácil aconsejar a otros que la practiquen. Pero, cuando
se trata de uno mismo, la historia cambia. No es fácil.
Cuanto más trataba convencerme de
aceptar el momento tal cual era, más sentía que me alejaba de ese estado. Era
como si cada argumento a favor de la aceptación reforzara, paradójicamente, mi
resistencia.
La aceptación no es una historia.
Para vibrar en la frecuencia de
la aceptación, lo último que necesito es contarme una historia. Porque al
hacerlo, inevitablemente estoy juzgando la realidad como “buena” o “mala”. Y cuando
la etiqueto como “mala”, siento la necesidad de buscar consuelo en explicaciones:
que todo sucede por un bien mayor, que es parte de mi evolución, que hay una
historia más grande que aún no comprendo.
Y sí, yo realmente creo en todo
eso. Creo profundamente en una inteligencia superior, absolutamente bondadosa, que
me sostiene y lo ordena todo con una perfección que a veces no alcanzo a ver.
Pero aceptar no es recurrir a mi fe para justificar la realidad. Me doy cuenta de
que hacer esto es una forma sutil de resistencia. Es una señal de que, en el
fondo, sigo pensando que “esto no debería estar pasando”. Que necesito creer
que “algún día entenderé” para poder tolerar lo que hay ahora.
Pero aceptar, de verdad, es
reconocer que esto, tal como es, ya es perfecto.
Explicar esto no es sencillo. Así
que voy a escribir mis ideas, una por una, con la esperanza de que, al final,
cobren sentido.
Aceptar no significa renunciar a
creer en algo más grande. Significa no lanzar juicios acerca de lo que está
ocurriendo. Significa habitar la realidad sin necesidad de defenderla o
explicarla.
Sea lo que sea que esté
sucediendo, al aceptar, sé que debe ser así, tal cual es. Simplemente porque es
lo que está pasando, es la realidad.
¿Cómo sé que el viento debe
soplar? Porque está soplando.
¿Cómo sé que la lluvia debe caer?
Porque está cayendo.
Sólo podemos sentir lo que nos
acontece en esta vida, en esta realidad. Cada instante se presenta como se
presenta, y no puede ser de otra manera. No puedo vivir este momento de ninguna
otra forma más que como está ocurriendo ahora. Todo lo que ocurre es justamente
lo que debe ocurrir, porque es lo que está sucediendo.
Más allá de la
resistencia: la verdadera aceptación.
Esta frase del libro lo expresa
con total claridad:
“El mundo es siempre como debe ser, me opusiese a él o no.” Byron Katie
Cuando necesito justificar lo que
me ocurre, lamentarme o culparme, es porque, en algún nivel, estoy creyendo que
la realidad debería ser distinta. Este conflicto entre lo que es y lo que yo
querría que fuera representa una gran pérdida de energía, atención y tiempo.
Aceptar no es pasividad, ni resignación,
ni derrota. Esto sería una falsa aceptación. Aceptar tiene que ver con dejar de
alimentar pensamientos del tipo “hubiera preferido que…”, y, en lugar de
eso, abrir los ojos y el corazón a lo que está sucediendo tal cual es... y
actuar en consecuencia.
Puedo creer -o no- en la
sincronía del universo, en el plan del alma, en el karma o el destino. Para vibrar
en aceptación realmente no importa lo que crea. Lo que importa es reconocer que
la realidad es lo que es, y que no puedo hacer que lo que ya ocurrió deje
de haber ocurrido.
No tiene ningún sentido pelear con “lo que
es” pensando, - “no debería ser así”, “no es justo”, “¿por qué a mí?”, “no
lo merezco”, “¿Por qué ahora?”, “esto está mal”- Hacer esto solo me desgasta.
Aceptar es no desear que nada
sea diferente. Ni lo que está afuera de mí, ni lo que está adentro de mí: ni
mi cuerpo, ni mi mente, ni mis emociones. Todo es como es. Y desde ahí, lo único
que tiene sentido es preguntarme:
¿Quién decido ser con esto?
¿Cómo puedo ser más amorosa y
compasiva con lo que estoy viviendo?
¿Cómo puedo hacer este momento
más suave, más amable, más placentero?
¿Cómo puedo maternarme y cuidarme
justo ahora?
¿Qué necesito darme?
¿A dónde me puedo llevar?
¿Qué necesito aprender?
Es mucho más útil hacerme estas
preguntas que desgastarme inventando una historia para justificar lo que
sucede.
Para mí, vibrar en la aceptación
es un estado de rendición total, y sólo he podido acceder a él cuando estoy
totalmente presente. No hay otra manera. Es ahí donde puedo vaciarme de
juicios, opiniones, preferencias, y dejar de rebotar como una pelota entre los
opuestos de lo que quiero y lo que no quiero.
No se trata de vivir cada momento
en completa aceptación. No digo que no sea posible, pero no es mi realidad hoy.
Si es esta mi expectativa, pronto estaré frustrada, diré que todo esto es una
tontería.
Alinearme con la aceptación ha
sido nutrirme de esos pequeños momentos en que logro entregarme a lo que es.
Y puedo ver cómo, en mi día a día, tan solo con esos instantes, hay un cambio
fundamental en quien soy.
“Cuando dejamos de
oponernos a la realidad, la acción se convierte en algo sencillo, fluido,
amable y seguro.” Byron Katie
Cuando duele, no es verdad
¿Cómo distinguir entre verdad y
falsedad?
Por lo general, nos damos cuenta
del sentimiento antes que del pensamiento. Lo primero que emerge suele ser la
rabia, la frustración, la impotencia… pero si buscas detrás de ello, verás que
detrás de cada emoción incómoda hay un pensamiento que está peleando con la
realidad.
Detrás del sufrimiento siempre está la mente.
Y he llegado a una conclusión radical pero simple:
Si algo me causa sufrimiento, es falso.
Cuando mis pensamientos están
alineados con la verdad, su vibración armoniza con la realidad, fluyen con ella
sin fricción. En cambio, cuando mis
pensamientos se oponen a lo que es, su vibración choca… y ese choque,
duele.
Con el tiempo, mi sensibilidad
al sufrimiento se ha convertido en mi detector de mentiras. Ya no lo veo
como un castigo, sino como un aviso sagrado. Ahora sé que detrás del
sufrimiento siempre está la mentira.
Es un llamado a mirar más de
cerca esos pensamientos, a los que suelo llamar -los demonios de la psique- Porque
solo cuando los reconozco, dejan de tener poder sobre mí. Ya no huyo de esas
voces en mi mente, al contrario, las busco y los llamo por lo que son.
El trabajo
Paso 1. Captura tus pensamientos.
Mis pensamientos son volátiles, y
con frecuencia se evaporan antes de poder verles la cara. Por eso, capturarlos
en una hoja de papel es, para mí, una verdadera forma de magia.
Al tomar la pluma olvido mis
limites, me doy permiso de liberarme de lo que me cohíbe. Me permito juzgar,
ser mezquina, ruin, hacer berrinche y quejarme… Escribo con total arrojo. Y si
al terminar siento el impulso de quemar esa hoja para que nadie más lo lea, entonces
sé que acabo de encontrar oro.
Cuando termino y tengo la página
frente a mí, pienso:
“Esto es. Esto es lo que hay en
mi mente”.
Ahora puedo verlo, diseccionarlo
y confrontarlo.
Ahora puedo llamarlo por su
nombre.
Paso 2. ¿Es verdad?
Ya sé que muchos de estos
pensamientos son falsos… pero, ¿estoy totalmente convencida de ello?
Amenos que lo sepa con cada
célula de mi cuerpo, con toda mi alma, no podré aceptar lo que es. Este
es, para mí, el mayor reto. Porque la falsedad no es evidente para quien la
piensa.
Siempre he necesitado reflexionar
por un tiempo, a veces por varios días, e incluso, puedo pedir a otra persona que
le dé un vistazo, para que me ayude a encontrar dónde me estoy mintiendo a mí
misma.
“Cuando alguien me decía
algo que era verdad, me daba cuenta de ello porque me ponía a la defensiva de
inmediato.” Byron Katie
Los dolores, retos, fracasos,
enfermedades, traiciones y muertes han sido las experiencias en las que más he
necesitado practicar la aceptación. No para resignarme, sino para abrir
el portal de una nueva posibilidad: la oportunidad de vivirlas sin sufrimiento.
Atravesar el fracaso bailando,
o el duelo sonriendo, es una posibilidad real cuando dejo de pelear con lo
que es.
Aceptar no me paraliza; al
contrario, me pone en movimiento. Me lleva a actuar con claridad:
a poner los límites que faltaban,
a cerrar lo que necesita cerrarse,
a disculparme y reparar,
a enfocarme nuevamente en mis
valores y principios,
y a volver a elegir.
Paso 3. ¿Quién soy
con ese pensamiento?
Cuando logro comprender la
falsedad de mis pensamientos, se revela ante mí la raíz de mi sufrimiento. Y al
comprenderlo, también veo lo absurdo que ha sido.
Descubrir que, durante todo ese
tiempo, una mentira ha determinado quién estaba siendo. Fui una versión
moldeada por el miedo y la confusión.
Así que no pude ser yo misma, me
convertí en una cobarde, rencorosa, víctima, pesimista... Esta es razón suficiente
para dejar a un lado ese pensamiento. Y para traer, en su lugar, la verdad.
La verdad me devuelve a mí misma.
Paso 4. ¿Quién sería sin ese pensamiento?
“La tensión nunca es tan
natural como la paz” Byron Katie
Cuando me hago esta pregunta, mi
respuesta es siempre la misma: Sería tranquila. Sería efectiva. Sería feliz.
Cuando me siento bien es buena
señal de que estoy alineada con la verdad.
La alegría me indica que estoy
en contacto con quien realmente soy.
Buscar esa alegría cada día, es
en el fondo, buscarme a mí misma.
Paso5. ¿Cuál es la verdad?
Esta es mi parte favorita de “El Trabajo”.
Llega el momento de encontrar la
verdad. Puedo hacerlo al darle la vuelta al pensamiento que ha sido causa de
sufrimiento. Descubro lo opuesto. Y, en mi experiencia, el cien por ciento
de las veces, el pensamiento invertido es más real y liberador.
Por lo general me salto todos los
pasos anteriores, y simplemente, cuando advierto un pensamiento que me
incomoda, lo invierto mentalmente en el momento. Y nunca deja de sorprenderme la
verdad que emerge detrás.
Un solo pensamiento tiene múltiples
inversiones. Mientras más práctico, voy encontrando más y más. He descubierto
que hay diferentes verdades acerca de mí. Algunas parecen contradecirse… y aun
así, todas son válidas. Todas tienen algo que mostrarme.
Coaching de la verdad: un viaje hacia la libertad interior
Voy a compartir cómo trabajó con
uno de mis pensamientos:
“Tengo miedo a que mis seres
queridos sufran”
Este pensamiento, en el fondo, es
falso.
Lo que realmente creo es que
sufrir es malo, y que está “mal” si alguien sufre, aunque sé -desde un lugar
más sabio- que el sufrimiento también hace parte de la vida.
“Tengo miedo a mi propio sufrimiento”
Esta inversión es más verdadera.
Porque en realidad no puedo sentir en mi cuerpo el sufrimiento de otra persona.
Solo puedo sentir el mío.
“Tengo miedo a mi felicidad”
Aún más verdadero. Porque justo
cuando empiezo a experimentar plenitud, algo en mí se retrae. Surge ese susurro
mental que dice: “No te lo mereces... algo va a salir mal”.
“Añoro mi felicidad”
Mucho más verdadero. Siento apego
por las sensaciones agradables. E idealizado la vida “buena” como aquella sin
dolor, sin pérdida, sin tristeza. Y eso no es real.
“Soy felicidad”
Una verdad más elevada. Porque
puedo elegir volver a ser feliz en cualquier momento. Incluso si mis seres
amados están sufriendo.
Y aquí encontré el punto central de
mi aprendizaje:
Creo que, si los demás sufren,
yo debo sufrir también.
Es por esto, por lo que le temo
al sufrimiento en otros, pues lo asumo como una especie de lealtad. En mi
programación subconsciente el preocuparse por el otro, el sufrir por su dolor,
es un medidor del amor.
“Puedo elegir ser feliz, aunque
mis seres queridos sufran”
Esta es la verdad que me da
libertad. Es una realidad que quiero empezar a construir, porque aún no me doy
el permiso de vivirla.
Y me pregunto: ¿Quién soy si no
sufro cuando los demás sufren?
Y la respuesta es: Soy más
tranquila. Más presente. Más disponible para ayudar. Cuando estoy en paz
con lo que está sucediendo, puedo acompañar de manera más eficiente, más
amorosa, más compasiva.
Mis viejos patrones mentales no
desaparecen de inmediato. Por eso recurro a esta herramienta una y otra vez.
Yo la llamo coaching de la
verdad, porque no me agradaba el nombre original del libro. Pero eso es lo
hermoso de este camino: hacerlo mío.
Hacerlo parte de mi vida corresponde
a mi compromiso con ser yo misma. Una tarea que no tiene una línea de
llegada. Es una elección que renuevo cada día.
Aceptar lo que es dentro de mí.
A veces siento que me contradigo
cuando me digo a mí misma que debo aceptar lo que pienso y siento
—especialmente si se trata de una creencia limitante o una emoción dolorosa—, y
al mismo tiempo, me invito a indagar su falsedad y buscar alegría.
Recurro a mis herramientas porque
no quiero sentir eso ni un segundo más. Y me doy cuenta de lo que eso significa:
que no lo acepto en lo absoluto.
La emoción que más me confronta
es la ansiedad.
He pasado mucho de mi vida en el
proceso de reconciliarme con ella. A veces desaparece por un tiempo, incluso por
un año entero… y de pronto, regresa.
Hace unos días, apareció otra vez.
Al principio, la recibí con curiosidad: “Hola, tiempo sin sentirte. ¿Qué te
trae otra vez a mí?”
Confiada en que, con todo lo que
he aprendido, lograría librarme de ella en poco tiempo.
Pero pasaron los días. Luego las
semanas. Y luego los meses. Ya mi actitud cambió.
A pesar de mi meditación, de mi
yoga, de todos mis rituales, de mi coaching de la verdad… ella no se
iba.
La terapia me apoyó, sí. Pero tampoco
la hacía desaparecer. Y yo seguía sin aceptarla. Cada día, lo único que deseaba
era que se fuera. Trataba de comprender, intelectualmente, qué la había
despertado, y pensaba: “Ojalá me libre de ti para siempre”.
Me centraba en escuchar lo que
tenía para decirme, en sentirla, en observarla… Pero en mi interior deseaba que
mi realidad fuera otra.
Entonces, en una sincronía que solo
ahora puedo ver, inicié un proceso con una doula y el huevo de obsidiana (del
cual escribiré en otra ocasión). Llegué a él por curiosidad. Y claro, cuando
fue el momento de intencionar el proceso, pedí lo que siempre pedía: Dejar
de sentir ansiedad.
Con la efectividad de un rayo mi
ansiedad desapareció.
Me quede desconcertada.
“¿Qué paso?”, me pregunté.
Y tal vez ahora, al escribirlo,
pueda empezar a entenderlo.
Me parece que olvidé seguir
luchando con ella.
Mi energía cambió. Estaba
enérgica, inspirada, sensible, triste, cariñosa, tierna, enojada… ¡Todo en un
solo día! A veces incluso, lo estaba todo al mismo tiempo.
Y por primera vez, la ansiedad no
era lo único en mí.
Ahora, en retrospectiva, veo que:
Había dejado de enfocarme en hacerla desaparecer. Mi atención estaba en todo lo
demás que estaba sucediendo en mi interior.
Y comprendí algo profundo: Sí, la
ansiedad puede llegar a mi vida. Pero no es lo único que hay en mí. Hay
muchísimo más. Y me lo estaba perdiendo.
Puedo moverme, escribir, reír,
cantar, abrazar, sentir placer, disfrutar… aún cuando la ansiedad está viva en
mí. Este fue un gran descubrimiento. El deseo obsesivo de hacerla
desaparecer es lo que la perpetúa.
Aceptar lo que es dentro de mí es
rendirme… para darles vida a otras verdades más suaves, más amorosas, más mías,
y elegir alimentarlas con mi atención. Puedo ser feliz aún con ansiedad.
Sí, sigo haciendo el trabajo,
mantengo mis prácticas de salud y bienestar, indago en lo que se revela tras la
emoción o el pensamiento. Y luego, simplemente, llevo mi atención a otra cosa.
Carta de mi Yo Superior.
¿Y si le cambias de nombre?
Te propongo esto, Elia.
Si de verdad deseas evolucionar…
Si estás lista para mirar distinto…
Este es mi regalo:
Llunira.
Es un recordatorio de que has
descuidado el propósito de tu alma.
De que no estás atendiendo lo importante:
Disfrutar. Sentir placer.
Honrar tu deseo.
Recuerda, ya no volverás a sentir
esa palabra con A.
Eso es tu pasado.
De ahora en adelante, sólo sabrás
de Llunira.
Y cuando tu cuerpo te hable de
ella,
tú sabrás que ha llegado el
momento,
tú buscarás la alegría de estar
viva.
Porque la cura para el exceso de
futuro… es disfrutar.
Acepta lo que pasa en tu interior.
Es lo que es.
Deja de luchar con ello.
Ríndete.
Y sigue caminando.
Pregúntate:
¿Qué más puedo sentir?
Y ve hacia ello.
LLunira: “Hola, estoy aquí”
Yo: “Hola, te veo. Bien… ya
basta de responsabilidades. Vamos a disfrutar.”
Gracias por llegar hasta aquí.
Este escrito ha sido un diálogo
conmigo misma… y también contigo, que, al leerlo, le das nueva vida.
Si algo de lo que compartí resonó en tu interior, me honra profundamente.
Que tu verdad te abrace siempre.
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