LAS DIOSAS DE CADA MUJER.-JEAN SHINODA BOLEN- PRIMERA PARTE.
Volver a Ella: un viaje hacia lo sagrado
Una serie sobre la Diosa, los arquetipos y la reconexión con la energía femenina
En la espiral de mi vida me encuentro dando otro giro. Y, una vez más, al
cabo de un año, escribo acerca de temas similares, pero llegando un poco más
profundo.
Durante los últimos meses he dirigido mi conciencia hacia la lectura y la
reflexión acerca de mi feminidad. He querido llegar a fondo de lo que significa
ser mujer. En mi camino de autoconocimiento, decidí enfocarme en aprender
aquello que, explícita e implícitamente, conlleva haber elegido —para esta encarnación— ser mujer.
Por eso, muchos de los libros, cursos y audios que han llegado a mí
los he elegido con ese propósito: comprender los aspectos del cuerpo y la
psique femenina.
Lo que más me ha sorprendido es que, después de todo, muchos de mis
descubrimientos, no aplican exclusivamente a las mujeres. Suelo
compartir con mi pareja mis conclusiones. Él también está en su camino, haciendo lo propio con su deconstrucción y
redefinición de lo que significa ser hombre. Y juntos hemos encontrado
espacios donde nuestros caminos se cruzan.
Así que, en mi plan —lo que habrá
en mi cabeza, como me gusta llamar a mi lista de próximas lecturas— incluiré Los dioses de cada hombre. Pues, además de ser una puerta para
comprender la forma en la que los hombres de mi vida me aman, también he
comprendido que las diosas y los dioses son aspectos de nuestra humanidad,
antes que de nuestro género. Y quiero relacionarme con todas las posibilidades
de lo que puedo ser en esta vida.
Este libro despliega muchas alternativas con las que podemos delinear los
contornos de quienes somos, o reconocer quienes fuimos en el pasado y
decidir si queremos borrar esas formas o resaltarlas. La
autora, que además de muchos estudios es analista junguiana, nos muestra —a través de los
arquetipos de la mitología griega— aspectos
de nuestro ser. Estos arquetipos han estado presentes en la humanidad por
milenios, incluso, creo yo, desde el origen.
Siento un anhelo gigantesco por
lo divino, un gran deseo de conectar
con esa fuerza poderosa de la Diosa. Y después de leer este libro, puedo ver
que aquellas definiciones con las que pienso en ella no son más que aspectos de
nuestra humanidad.
El único camino que tengo para llegar a ella es encontrar lo divino en mi
humanidad. Unir los “aciertos y errores” de mi pasado, y de quien soy hoy, y
ver cómo esta amalgama de luz y sombra es lo que me hace única, irrepetible,
incomparable. Y justo eso es lo asombroso, esa es mi divinidad, esa es La
Diosa.
Si la psicología junguiana te resulta interesante, entonces este libro
seguro te va a encantar.
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Reunión de brujitas. |
Sagrado femenino
Últimamente me encuentro hablando
cada vez más del “sagrado femenino”.
Lo pienso, lo siento, y de alguna forma se filtra en mis temas de
conversación.
Pero… ¿a qué se refiere realmente esta frase? ¿Qué es? ¿Qué comprende, y cómo se vive el sagrado femenino? Mi amiga Vero me preguntó hace poco: “¿Para ti qué es ser mujer?”. Y me perece que, en el fondo, es la misma pregunta, formulada con menos palabras.
Para mí, conectar
con el sagrado femenino ha sido un camino de aprendizaje:
He aprendido de mi cuerpo, de mis ciclos y de la potencia de
gestar.
He explorado las historias de mis ancestras y el papel de la mujer en mi
familia y en mi cultura.
He estudiado los arquetipos de lo femenino y he conectado con las representaciones
femeninas de lo divino.
Y, sobre todo, he aprendido a relacionarme con lo sagrado desde la feminidad.
Desde hace un tiempo, le hablo a Ella, le oro y escucho su voz de mujer. Sé que la divinidad no tiene género, pero han sido tantos los años de imaginarla como un Él, que ahora elijo verla como una Ella. Este pequeño cambio… lo ha transformado todo. Tomo conciencia, cada día, de lo afortunada que soy de ser mujer. Y ¡lo celebro! ¿Cómo? De la única manera que sé: sintiéndome mujer. Estoy presente para reconocer mis sensaciones, pensamientos, acciones… que son únicos, profundos, bellos y deliciosos.
Sensaciones sólo posibles en una mujer.
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Plantitas para un baño entre amigas. |
Matriarcado: recordar lo que fuimos, reconciliar lo que somos
Hace miles de años el mundo era muy diferente. No me refiero a la
ausencia de tecnología, sino
a algo más profundo: nuestra forma de organizarnos como humanidad. Existía entonces un sistema matriarcal,
del cual hay múltiples evidencias arqueológicas. En un inicio, lo que imaginé fue una simple
inversión de roles: que las mujeres ocupaban el lugar de poder que hoy tienen
los hombres.
Pero en realidad era algo mucho más complejo.
Si bien el papel de la mujer era más relevante, la diferencia esencial era
otra: no había propiedad, jerarquías, ni un culto a la individualidad. La forma en que nuestra red
neuronal procesaba la realidad era diferente: pensábamos y
sentíamos distinto.
No se trataba solo de pasar del mito al logos —de contarnos historias a razonar lógicamente—, sino de un tipo de sabiduría que trascendía la causa y el efecto. El entendimiento del mundo, la realidad y a nosotros mismos tenía una conexión profunda con la intuición: teníamos una forma de saber que no necesitaba conceptualización. Sabíamos a través de sensaciones, emociones, energía, sin necesitar darles nombres o formas.
Sabíamos… simplemente sabíamos.
A eso me refiero cuando hablo del matriarcado:
A ese poder de relacionarnos con la naturaleza y sus fuerzas sintiéndonos
parte de ella y armonizando con sus ritmos.
A ser parte de una tribu, donde los vínculos eran más fuertes que la
individualidad, saber que el bien
del grupo era el bien personal.
A tener, como naturaleza básica,
la certeza de estar guiados y amados por una fuerza superior.
A reconocer los mensajes y orientación de las fuerzas invisibles existentes
en el mundo exterior o de nuestro interior (el subconsciente).
A habitar la vida atentos al lenguaje sutil que nos rodean todo el tiempo, que
las sincronicidades le den sentido a nuestro estar en el mundo y nos permitamos
escuchar la sabiduría de nuestros sueños.
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Aquí con mi pareja, encontrando el balance. |
El desbalance y el miedo
Lo que concibo del matriarcado no
es un sistema donde las mujeres dominaban, sino uno donde predominaba la
energía femenina, tanto en hombres como en mujeres. Y esa energía redefinía lo
valioso, lo importante, los principios y los valores.
Pero eventualmente, surgió el
deseo de que lo masculino también se viviera, saliera, se manifestara. Fuerza,
logro, individualidad, expansión… aspectos igualmente necesarios.
El problema fue el desbalance: cuando se reprimió lo femenino en respuesta al
temor de que volviera a dominar.
Es así como me explico el sometimiento posterior de la mujer, reducirla a
una propiedad del hombre, quitarle su papel y conocimiento tachándola de bruja,
cubrir su cuerpo, cabello e incluso rostro. Lo veo como un miedo gigantesco que
impidió ver lo absurdo de lo que se hacía. Temor a que la energía femenina
regrese y vuelva a someter al masculino.
No solo temor a que la mujer asuma posiciones de poder despojando a los
hombres de él, sino miedo a que con la sola contemplación de lo femenino —esa
naturaleza salvaje que vive en las mujeres— se despierte la energía femenina dentro del hombre… y de las propias mujeres.
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Disfrutando de un atardecer. |
La desconexión de lo femenino no ha sido solo de las mujeres. Es una herida que atraviesa ambos sexos.
En mi caso, en la búsqueda de igualdad, siento que me fui masculinizando: olvidé mis ciclos, rechacé mis sangrados, ignoré mi capacidad de maternar, los propósitos y deseos que me colman y me dan sentido. Y no solo lo veo en mí, sino en las mujeres que me rodean.
Comprender el pasado de esta forma me ha llevado a vivir mi vida invitando a
ambas energías, dándoles espacio, tiempo y propósito para estar.
Lo visualizo como un péndulo. Hay momentos de mi vida en que requiero traer más de mi energía masculina, por ejemplo, para iniciar un proyecto, cuando me exijo, cuando debo mostrarme fuerte y disciplinada. Pero quedarme polarizada en ese lado por demasiado tiempo me agota, me desconecta y me provoca sufrimiento.
Así que el péndulo oscila al otro lado: hacia lo femenino, hacia lo
suave, lo sensual, lo receptivo, el disfrute, el compartir con mi tribu. El péndulo irá tan al extremo como
ha llegado en el otro lado.
También lo siento como círculos que se contienen uno al otro alternadamente.
A veces, mi energía masculina es la que sostiene mi energía femenina —es la disciplina la que me permite
expresar mi creatividad— Otras veces, es mi energía femenina la que sostiene a la masculina —son mis lazos de cariño y afecto los que
potencian la fuerza y determinación —.
Mi conclusión es que no hay recetas universales. Cada quien debe encontrar su propio equilibrio entre lo masculino y lo femenino (yin y yang, ha y tha, sombra y luz). Cada persona debe darse el permiso de sentir, explorar, reconfigurar. Porque al final, solo tú sabes cómo te sientes en tu cuerpo.
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Compartiendo con el río |
La Diosa
En tiempos antiguos, bajo el matriarcado, la divinidad se
representaba en femenino: honrábamos a La Diosa. Ella era también la Madre Tierra, la que nutre y sostiene. Su presencia no era
simbólica, era vital: era vida misma.
Aún podemos encontrarla viva en religiones como el hinduismo o en lo que sabemos del antiguo Egipto. También
está presente en muchas cosmovisiones indígenas —como la inca, la maya o la de
diversos pueblos originarios—, donde la divinidad tenía tanto representaciones
femeninas como masculinas.
En cambio, en la cultura judeocristiana en la que crecí, la divinidad ha
sido concebida en masculino. Siempre le había orado a Dios asociándolo a un
padre, fuera de forma consciente o inconsciente.
Fue al leer Alma de bruja que empecé a cuestionar esto por primera vez. Hoy, elijo llamar Diosa a esa fuerza superior que lo ordena todo, a la que también llamo Universo o Divinidad.
Llamarla así ha transformado profundamente mi relación con lo sagrado. La
Diosa me invita a una vida más suave, sensual, creativa. Una vida que cuida y
nutre. Que siente y se conecta.
Una sabiduría antigua, un despertar nuevo
En este último año he ido descubriendo y aprendiendo de mi feminidad.
La veo reflejada en los lugares a los que voy, en los libros que leo, en
las personas con las que me relaciono. La descubro como algo nuevo y prístino. Pero cuanto más profundizo, más entiendo cuan
antiguo es.
Es un conocimiento milenario, transmitido durante siglos por miles
de personas. La energía de La Diosa
siempre ha estado presente, y me doy cuenta que soy yo quien por fin se
encuentra lista para sentirla. Hoy elijo ser un canal para ella. La traigo a mi
vida en cada pequeño o gran aspecto del día a día.
Nombrarla es nombrarme
A medida que conecto con mi feminidad, me descubro llamándola con distintos
nombres.
En un inicio fue energía femenina. Luego, sagrado femenino. Hoy,
La Diosa.
Cada nombre ha sido una puerta, una manera de relacionarme con ella, de conocerla, entenderla e invocarla. Y al hacerlo, también me he relacionado con distintas partes de mí misma. Nombrarla ha sido también nombrarme. Reconocerme. Entenderme.
Llamarme… para volver a mi esencia.
“Tal vez nos
encontremos preguntándonos a nosotras mismas hasta qué punto la supresión de
los ritos femeninos ha supuesto en realidad la supresión de los derechos de las
mujeres” Merlin Stone
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Palabras que me encuentran |
Serendipia: cuando las diosas ya estaban ahí
Llegué a este libro con el deseo de despertar a las diosas
en mí.
Y, en un claro
momento de serendipia, me sorprendí al darme cuenta de que esas diosas
ya habían estado presentes en distintos momentos de mi vida.
Había idealizado
mi energía femenina, viendo solo su parte majestuosa y deslumbrante. Me sentía
hipnotizada por lo místico, lo dulce, lo suave. Por su seducción, el placer y el
magnetismo. Estaba fascinada con esa capacidad de conectar y crear vínculos profundos y auténticos.
Esto fue,
precisamente, lo que encontré al leer este libro. Pero también me aguardaba
algo más: el desbalance de la energía femenina, las sombras de las diosas.
Y lo vi. Al fin lo vi.
Son mis sombras.
Eso fue lo que descubrí.
A medida que leía sobre los arquetipos de las diosas griegas, la autora me fue llevando a reconocer sus luces y sombras.Y, una a una, las fui reconociendo en mí. Ya he sido ellas.
Estos arquetipos contienen aspectos profundos de la naturaleza femenina. Han estado presentes por milenios en las mujeres, y al leerlos, me sentí reconocida. Fue como una lectura de mí misma. Algo parecido a lo que ocurre al leer sobre los eneatipos: ese momento en que una parte de ti se revela con un “ajá” esa también soy yo. Un pedazo de mí que ya estaba ahí, pero que ahora tiene palabras, forma, nombre.
“Siempre he pensado en un mito como algo que nunca
existió pero que siempre está sucediendo” Jean Huston
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Luces en la noche. |
No son mis contradicciones, sino mi multiplicidad.
Deméter es en quién más me reconozco. Deseo maternar a mis hijos, a mi
esposo, a mi madre... en realidad, debo aceptarlo: deseo maternar a todos.
Cuando Atenea se activa, deseo sobresalir como empresaria.
Cuando soy Hera, valoro profundamente mi relación de pareja, y
cuido mi matrimonio como una parte esencial de quien soy.
Afrodita me posee con una fuerza volcánica en mi pasión por
escribir y leer (hasta me defino como una letraherida), también esta presente en mi
búsqueda de belleza y erotismo.
Y, a pesar de los años, después de resistirme, aún soy Perséfone. La
soy porque todavía deseo ser la hija. Quiero ser cuidada, guiada, sostenida. Quiero
que se hagan cargo de mí. La soy también, porque me encanta abrir portales,
vivir en ensoñaciones, perderme en mundos imaginarios.
Soy Hestia porque me encanta la soledad, la meditación, la
introspección. La soy cada vez que
valoro mi espiritualidad por encima de todo.
Y finalmente, aunque me ha costado reconocerla, también soy Artemisa. Lo
soy porque aún busco la aprobación de mi padre.
Al leer Las diosas de cada mujer, fui
asociando los nombres de las diosas griegas con los nombres que, por puro
instinto, ya había elegido para nombrarme.
La Madre divina es Deméter. La Bruja es Hestia. Melir es Afrodita. María es
Perséfone. Atenea y Artemisa aún no las había nombrado, porque no las había
reconocido en mí… hasta ahora.
Con cada una hay en mí un deseo. Al ser cada una de ellas, me he propuesto ciertas metas, que según el momento parecen más importantes que las otras. Y me frustro al sentir que no avanzo hacia ninguna al ritmo que desearía.
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Salvia dulce para purificar el alma |
Las diosas en guerra
Artemisa se enfurece cuando debo cambiar de planes para cuidar de mis hijos
o de mi madre, o para complacer a mi esposo. Ella ha despertado la rabia
sagrada, esa que defiende sus intereses, que quiere impedir que me
diluya en mi afán de ser “buena”.
A Artemisa no le agradan Demeter ni Hera, pero ellas tienen armas ocultas
para prevalecer. Me hacen sentir culpable cuando digo “no” y me elijo a mí
misma por encima de los demás.
Tengo que recordarles: “Si me siguen hablando así, nunca aprenderé de
amor propio”.
Atenea me juzga cuando salgo corriendo a escribir, cuando dedico tiempo a
cantar o bailar, o cuando quiero más placer y belleza en mi vida. Atenea ataca
con todo a Afrodita, y exige de mí el mejor tiempo para ser productiva,
eficiente y reconocida.
Pero Hestia es la reina, ella está presente en todo momento. Por eso todas
se confabulan para sabotearla. Y logran que los días que había destinado para el silencio se esfumen, y
solo a veces, muy esporádicamente, ocurran. Aun así, ella es la más fuerte.
Y Perséfone, que parece verlas a todas sin atreverse a participar, pero
susurra a cada una que no es capaz, que debe tener miedo. Les hace dudar de lo
que eligen, les sugiere que lo olviden y cedan a los deseos que los demás
tienen de ellas.
Pero ninguna es tan cruel como Artemisa. Ella, haga lo que haga, me
repite: no eres tan buena madre,
tu esposo no te quiere tanto, tus escritos no son valiosos, no estás logrando
nada que merezca la pena, deberías hacer más… en resumen: no eres suficiente.
Ella, en realidad, es enemiga de todas… y de sí misma. Siempre está
buscando la aprobación.
Así es como compiten por tiempo, atención y energía. Cuando se abren las posibilidades y no sé qué elegir —estar con mis hijos o escribir, acompañar a mi esposo o disfrutar el silencio, reunirme con amigas o avanzar en mis pendientes—, ahí están ellas: las diosas en guerra.
“Cuando varias diosas compiten por el dominio de
la psique de una mujer, esta necesita decidir qué aspecto de ella misma
expresar y cuándo. De otra manera, será empujada primero en una dirección y
después en otra.” Jean
Shinoda Bolen
Quiero que me sigas hablando
Quiero que me sigas hablando.
Quiero que me acaricies, me cuides y enamores.
Quiero ser sensible a los vellos que se me erizan en la nuca y escuchar tu mensaje.
Quiero advertir el viento en el rostro y saber que eres tú.
Quiero reconocerte cuando me abrazas con el calor del sol.
Quiero regocijarme en la belleza de una flor y saber que tú la has puesto allí para mí.
Quiero confiar en los llamados que me haces.
Quiero la certeza cuando me dices: para, descansa, ve lento.
Quiero confiar cuando me apasiono por las ideas que piensas en mí.
Quiero verte en el caos y saber que es perfecto.
Quiero abandonarme en ti.
Quiero abrir mis manos para renunciar a mis planes y resultados con suavidad.
Quiero verte en cada pensamiento y amarte.
Quiero saberte en cada sensación de mi cuerpo.
Quiero saborearte en cada placer.
Quiero reconciliarme contigo en el dolor y la incomodidad.
Quiero recordarte siempre.
Quiero reírme en cada sincronicidad y decirte: “eres una traviesa”.
Quiero ver tus señales y hacer una pausa para decirte: “hola, sé que eres tú”.
Quiero escucharte siempre,
pues lo que escucho es:
“puedes ser feliz aquí.”
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Me identificó con lo que escribes y tendré en cuenta el libro, será mi próxima lectura. Ahora leo Despierta a las Diosas que hay en ti. Se acerca en algo, sin embargo, se distancia en otras ideas.
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